

Este lunes 29 de julio se cumplen 25 años del fallecimiento del Dr. René Gerónimo Favaloro, un hombre cuya vida estuvo marcada por la vocación, la ciencia y el compromiso social. Su muerte, ocurrida en el año 2000, conmocionó al país entero. Su carta final, en la que denunciaba la indiferencia del poder político y la falta de apoyo a su fundación, destapó una realidad tan cruda como vigente: el abandono a los que luchan por un sistema de salud más justo y equitativo.
Favaloro nació el 12 de julio de 1923 en La Plata. Se formó como médico en la Universidad Nacional de La Plata y comenzó su carrera como médico rural en Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de La Pampa, donde durante más de una década forjó una medicina humanista, cercana al paciente, basada en la prevención y la atención integral.
Pero su gran salto llegó en la década del 60, cuando viajó a Cleveland, Estados Unidos, para perfeccionarse en cirugía torácica. Allí, en 1967, realizó la primera operación de bypass aortocoronario, un procedimiento que salvaría millones de vidas en el mundo entero. Su innovación convirtió una enfermedad hasta entonces mortal, como la obstrucción coronaria, en una patología tratable y curable.
A pesar del reconocimiento internacional, Favaloro decidió regresar a su país para volcar su experiencia en el sistema de salud argentino. En 1992 fundó la Fundación Favaloro, con el objetivo de integrar la atención médica de alta complejidad con la investigación, la docencia y el acceso para los sectores más vulnerables. La fundación se convirtió rápidamente en un faro de excelencia médica en Latinoamérica.
Sin embargo, a fines de los años 90, la crisis económica, la deuda acumulada por el Estado y las obras sociales, y la falta de respaldo financiero, llevaron a la Fundación al borde del colapso. En una serie de cartas enviadas a funcionarios, Favaloro pidió ayuda una y otra vez, sin obtener respuestas concretas. El 29 de julio del año 2000, se quitó la vida en su domicilio. Tenía 77 años.
"Este país corrupto y miserable me ha quebrado la vida", escribió en una de sus cartas. Su partida no solo fue una tragedia personal, sino también un símbolo del fracaso de un sistema que no supo cuidar a uno de sus mayores referentes éticos.
Hoy, a 25 años de su muerte, su nombre sigue siendo sinónimo de honestidad, ciencia y compromiso social. Hospitales, escuelas, calles y fundaciones llevan su nombre, pero su verdadero legado está en cada médico que elige la ética antes que la ambición, y en cada paciente que encuentra esperanza gracias a sus avances.
Frases que marcaron su época:
"Lo mío es la medicina, no el poder. Pero no puedo callarme cuando veo que la injusticia y la corrupción se comen a la Argentina."
"Mi gran sueño es que la medicina sea accesible para todos, sin importar su condición social."
"La verdadera medicina es aquella que se ejerce con el corazón."
René Favaloro no solo operó corazones: también supo interpelar las conciencias de un país entero. Su historia aún late, como un llamado a no olvidar que la grandeza también se construye desde la ética y el servicio.
En su carta de despedida, René, dejó frases que aún hoy duelen y obligan a repensar el rol del Estado y de la sociedad frente a quienes dedican su vida al bien común: “Estoy cansado de luchar y ser incomprendido. Necesito paz. Estoy seguro que mi decisión es la correcta.” Su muerte no solo fue un grito desesperado, sino también una denuncia ética frente a un país sumido en la indiferencia, en plena antesala del colapso institucional que estallaría en 2001. Fue el símbolo de una Argentina que le daba la espalda a uno de sus hijos más valiosos.
Aun así, su legado sigue vivo. La Fundación Favaloro, pese a años de crisis económica y vaivenes institucionales, continúa siendo un centro de excelencia médica y de formación profesional en América Latina. Allí, miles de pacientes reciben atención, muchos de ellos sin recursos. Además, su figura sigue inspirando a nuevas generaciones: cada 12 de julio, en el Día de la Medicina Social, se lo recuerda como el médico que combinó ciencia, humanismo y ética en partes iguales. Porque Favaloro no solo enseñó a operar corazones: enseñó a usarlos.