

Cada día, sin darnos cuenta, participamos de un ritual cotidiano: pararnos frente al espejo. A veces apurados, otras con más detenimiento, observamos nuestra imagen. Pero lo que vemos ahí no siempre es lo que realmente somos. Porque ese reflejo, lejos de ser una verdad objetiva, está teñido por nuestras emociones, nuestros miedos y, sobre todo, por la forma en la que nos valoramos a nosotros mismos.
El espejo puede ser un aliado o un enemigo. Hay días en que nos sentimos bien con lo que vemos y otros en los que, sin razón aparente, todo parece estar mal. Una arruga, un grano, una parte del cuerpo que no encaja en los moldes que impone la sociedad. Y entonces el juicio aparece. No porque haya algo malo en nosotros, sino porque hemos sido educados para buscar la perfección, una perfección que no existe y que cambia constantemente.
Desde chicos absorbemos mensajes que condicionan nuestra mirada. Publicidades, películas, redes sociales: todo parece decirnos cómo deberíamos ser, cómo deberíamos vernos. Lo natural se vuelve insuficiente, y lo auténtico empieza a ocultarse bajo capas de inseguridad. Así, sin darnos cuenta, nuestra autoestima comienza a depender de una imagen, de un número en la balanza o de la aprobación ajena. Y esa dependencia emocional, esa búsqueda externa de aceptación, desgasta.
Para profundizar en este tema, entrevisté a la licenciada en Psicología Marcela Cruz. Con ella hablamos sobre el origen de esta relación conflictiva con nuestra imagen y cómo se puede empezar a sanarla.
¿Por qué muchas personas no se sienten conformes con su imagen al mirarse al espejo?
- Hay múltiples causas por lo que esto sucede. Una de ellas es por mirarse desde lo que falta, según lo que marca el entorno. Desde esta perspectiva nunca se llega al estandar que esta preestablecido. Y eso es muy frustrante. Criticamos, ocultamos y hasta se llega a odiar a nuestro cuerpo, por lo que otros han establecido.
¿Cómo influye la cultura del “cuerpo perfecto” en esa percepción?
- De bebés, no hay juicio ni críticas. La familia adora a ese niño o niña, es perfecto tal como es. En la medida que crece comienzan las comparaciones: es "demasiado flaquito", "es demasiado alta", "está muy rellenita", "tiene las piernas muy gordas". Todos juicios en base a un modelo "ideal" al que HAY que ajustarse, en vez de reconocer que cada cuerpo tiene una estructura determinada y única.
¿Cuál sería un primer paso para reconstruir la autoestima desde lo corporal?
- Cambiar el enfoque. En lugar de fijarme constantemente en lo que me falta y en lo que "no está bien", encontrar qué es lo que me gusta de mi cuerpo. Siempre hay un parte por pequeña que sea, que a uno le gusta de su cuerpo. Comienzo a enfocarme en esa parte.
- Otro aspecto es cambiar la interpretación de esa parte de mi cuerpo que me molesta o me acompleja. Si parece que soy "demasiado alta" y eso me acompleja, cambio el significado: "ser alta me ayuda a..."
- En lugar de criticar mi nariz, puedo decir: esta nariz me da carácter. Primero es necesario cambiar la imagen interna que tengo de mí (autoimagen) y luego empezaré a ver un nuevo reflejo en el espejo. No sucede al revés.
¿Qué herramientas cotidianas recomienda para empezar a cambiar la forma en que nos miramos?
- Decir afirmaciones porque sí, como "Yo me amo" son vacías y aumentan la frustración. Reconocer genuinamente qué sí me gusta de mi cuerpo, y empezar a destacarlo. No importa si otros lo validan.
Observar que es lo que SÍ puedo cambiar, y ser muy sincero para decidir si estoy dispuesto a hacer algo por ese cambio, pero porque a mí no me gusta, no porque la sociedad lo pida. Si no estoy dispuesto a hacer algo con los recursos que tengo, entonces lo acepto y me dejo tranquilo.
No puedo pretender que mi cuerpo responda de manera diferente, si sostengo hábitos que ya sé cuales son el resultado, porque lo veo en el reflejo del espejo.
Vivimos corriendo detrás de una aceptación que muchas veces no viene. Y cuando llega, si no está acompañada de aceptación interna, tampoco sirve. ¿De qué vale recibir halagos si por dentro nos seguimos juzgando?
Muchas personas, al mirarse en el espejo, se insultan sin siquiera notarlo. Se repiten frases crueles, palabras que no le dirían ni a su peor enemigo. Y aunque esas heridas no se ven a simple vista, dejan marcas profundas en la autoestima.
Pensé en eso un rato largo. En cuántas veces, al mirarme, no vi mi rostro, sino un error. En cuántas ocasiones me hablé mal por no cumplir con ciertas expectativas, mías o ajenas. En cuántas oportunidades, sin querer, le creí más a la inseguridad que a la verdad.
Aceptar lo que vemos en el espejo no significa conformarnos. Significa reconocernos. Entender que nuestro valor no se mide en centímetros, en likes, ni en los estándares que cambian todo el tiempo. Nuestro valor está en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que aportamos al mundo. Y eso, por más que nos miremos mil veces al espejo, no se refleja en una imagen. Está más allá.
Quizás, lo más urgente no sea cambiar lo que vemos, sino cómo lo vemos. Animarnos a construir una mirada más compasiva, más honesta, más amorosa. No se trata de repetir frases vacías como “amate a vos mismo” si no creemos en ellas, sino de practicar pequeños gestos de respeto con nosotros mismos: hablar con más cuidado, reconocer lo que sí nos gusta, ser pacientes con lo que aún cuesta.
Porque al final del día, cuando estamos a solas con nuestro reflejo, solo nosotros sabemos cuánto pesa lo que llevamos dentro. Y tal vez, con el tiempo y con esfuerzo, podamos llegar a mirarnos y ver no lo que falta, sino todo lo que somos.