miércoles 30 de abril de 2025 - Edición Nº261

Opinión | 29 abr 2025

Sociedad

La infancia atrapada en una pantalla: cómo nos convertimos en la generación ansiosa

La “generación ansiosa” revela una infancia atrapada por las pantallas y la soledad, y llama a recuperar los vínculos reales.


La llamada “generación ansiosa” no es una etiqueta vacía, sino una radiografía de lo que muchos niños y adolescentes viven hoy. Jonathan Haidt, autor del libro "La generación ansiosa", plantea que estamos frente a una infancia marcada por el uso excesivo del celular, el aislamiento y la falta de vínculos reales. Y aunque suene exagerado, basta con mirar a nuestro alrededor: chicos conectados todo el día, sin hablar entre ellos, atrapados en un mundo de likes y algoritmos.

 

Lo que más impacta del análisis de Haidt es que no hay negación por parte de los jóvenes. Ellos saben que el celular los atrapa, los desconecta, los daña. Pero no pueden dejarlo. Se sienten presos de una dinámica que todos alimentamos: padres, docentes, empresas tecnológicas. Esta no es una generación rebelde que defiende su estilo de vida digital; es una generación consciente de su propio malestar.

 

Como "jóven", me siento parte de esa generación. La ansiedad aparece cuando no hay estímulo, como si el descanso estuviera prohibido. Pero esto no es solo una cuestión personal: hay algo en el aire, en la forma en que vivimos, que nos empuja a estar siempre pendientes de una pantalla.

 

Los adultos, por su parte, también están atrapados. Muchos padres entregan el celular como salvavidas. Lo hacen con culpa, pero también con agotamiento. La sociedad les exige trabajar, criar, entretener, educar y estar disponibles todo el tiempo. En ese contexto, el teléfono se transforma en niñera, compañía y distracción. Y cuando el niño se vuelve adicto, todos sufrimos las consecuencias.

 

Haidt menciona algo clave: la pérdida de comunidad. Antes, criar era una tarea compartida. Hoy cada familia se las arregla como puede, aislada, sin confiar en el barrio, en la escuela o en el entorno. Esa desconfianza lleva a la sobreprotección, y la sobreprotección a la dependencia. Si no dejamos que los chicos salgan solos, jueguen o se equivoquen, ¿cómo van a crecer emocionalmente?

 

Los datos de las escuelas que eliminaron el uso del celular son alentadores: menos peleas, más interacción, más risas. Esto demuestra que el cambio es posible. Pero no basta con prohibir los teléfonos. Hay que ofrecer otras experiencias reales, humanas, que les permitan a los chicos volver a jugar, explorar, aburrirse, hablar cara a cara. Volver a lo simple, que no es lo mismo que volver al pasado.

 

“La generación ansiosa” no es una frase de moda, es un llamado de atención. No se trata de demonizar los celulares, sino de reflexionar sobre el tipo de infancia que queremos construir. Una donde los vínculos reales tengan más valor que los virtuales. Una donde el juego, la libertad y la confianza no se pierdan. Porque si los chicos se sienten solos, tristes o atrapados, algo estamos haciendo mal.

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